POESÍA VERTICAL (ANTOLOGÍA ESENCIAL)

(ROBERTO JUARROZ)

FRAGMENTOS


SÉPTIMA

POESÍA VERTICAL

[1982]


1

Usar la propia mano como almohada.

El cielo lo hace con sus nubes,

la tierra con sus terrones

y el árbol que cae

con su propio follaje.

Sólo así puede escucharse

la canción sin distancia,

la canción que no entra en el oído

porque está en el oído,

la única canción que no se repite.

Todo hombre necesita

una canción intraducible.


5

Un poema quebrado,

como un tronco partido por un rayo,

como un tallo roto

por el propio delirio de la flor que sostiene,

exhibe de pronto en el lugar de su ruptura

algo que se parece a un regreso.

La vergüenza de amar sólo lo múltiple

va convirtiendo al amor en locura,

en un sol que se desplaza de improviso

a la vereda de enfrente.

El poema se quiebra

para que el amor reconozca en su propia sustancia

la unidad de lo múltiple

y pierda su vergüenza.

El poema se quiebra

para que el sol regrese.

39

En las entrañas del verano,

como una fibra más clara,

repercute la voz del heladero.

No es la infancia que vuelve.

No es algo de dios que se ha vestido de blanco.

No es una luna en el día.

Es sólo lo posible

que nos demuestra su existencia.

Lo imposible no levanta nunca la voz.



DÉCIMA

POESÍA VERTICAL

[1987]

4

La hebra de quietud

que hay en el hilo de todo movimiento

canaliza un mensaje

que a veces enarbola a la gracia

como una misteriosa

pasión y transgresión del movimiento.

Un código secreto,

pasmoso sudor de la armonía

que parece subyacer en el fondo,

proyecta así sus signos

y consigue amansar por un instante

el propio corazón del movimiento,

para que surja al fin,

como algo absolutamente necesario,

el cuerpo desconcertante de la belleza.

Todo movimiento es un contradictorio tanteo,

toda belleza una apremiante incertidumbre,

toda gracia un inesperado equilibrio,

un desliz del movimiento,

una fuga que se atrasa,

un flor fuera de la ley

por ser flor.

6

Desmoronamientos de la memoria,

torres que nunca llegaron a ser torres,

bambalinas hundidas

por la fuerza de las propias escenas

que se jugaron entre ellas.

Los desmoronamientos del cuerpo y de las cosas

no podrán nunca sorprendernos del todo.

La memoria se les ha anticipado

y hasta les roba su inminencia,

su cruel presentimiento,

como si ella fuera el pontífice

de un culto de ruinas.

Pero hay todavía

otros desmoronamientos más secretos,

atrás de la memoria,

en su matriz más callada,

en el fondo de hundimientos de donde provenimos

y que prefigura como un espejo envuelto

el derrumbe final de toda cosa.

Basta para probarlo

desenvolver ese espejo.

8


Pensar es una incomprensible insistencia,

algo así como alargar el perfume de la rosa

o perforar agujeros de luz

en un costado de tiniebla.

Y es también trasbordar algo

en insensata maniobra

desde un barco inconmoviblemente hundido

a una navegación sin barco.

Pensar es insistir

en una soledad sin retorno.

DECIMOCUARTA

POESÍA VERTICAL

[1994]

1

Desconocer el tiempo,

desbaratar el cuentagotas de la edad

y rasgar el sudario

de los minutos repetidos como abejas.

¿Cómo pisar en el tiempo

y caminar por él

como sobre una playa

cuyo mar se ha secado?

¿Cómo saltar en el tiempo

y hacer pie en el vacío

y su excavada ausencia?

¿Cómo retroceder en el tiempo

y empalmar el pasado

con todo lo que huye?

¿Cómo encontrar la eternidad en el tiempo,

la eternidad hecha de tiempo,

de tiempo congelado en las fauces más frías?

¿Cómo reconocer el tiempo

y hallar el filo ignoto

que corta sus momentos

y siempre lo divide

justamente en el medio?

2


Brindar con el último trago,

no con el primero.

Brindar cuando la copa está vacía

y aguardar un momento,

por si hay alguien que comparta ese brindis.

Y si nadie responde

brindar con la copa vacía

y por poder pensar aún

una copa posterior a la última.

Y beber lo que queda.

7

El ojo de la soledad

vigila al amor.

El amor no debería ser vigilado,

pero a veces devasta lo que ama,

asuela lo que no ama

o se destruye a sí mismo.

El amor siempre ha sido un peligro para el hombre,

quizá también para los dioses.

El amor necesita vigilancia.

Hasta la flor necesita vigilancia.

Y sólo la soledad inquebrantable

que se afinca en nosotros como un duro vigía

puede salvarnos de esas furias

mientras custodia sus abismos.

Además ese ojo de concentrada soledad

¿no es también otra especie de amor,

su forma más recatada y cierta?


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