Usar la propia mano como almohada.
El cielo lo hace con sus nubes,
la tierra con sus terrones
y el árbol que cae
con su propio follaje.
Sólo así puede escucharse
la canción sin distancia,
la canción que no entra en el oído
porque está en el oído,
la única canción que no se repite.
Todo hombre necesita
una canción intraducible.
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como un tronco partido por un rayo,
como un tallo roto
por el propio delirio de la flor que sostiene,
exhibe de pronto en el lugar de su ruptura
algo que se parece a un regreso.
La vergüenza de amar sólo lo múltiple
va convirtiendo al amor en locura,
en un sol que se desplaza de improviso
a la vereda de enfrente.
El poema se quiebra
para que el amor reconozca en su propia sustancia
la unidad de lo múltiple
y pierda su vergüenza.
El poema se quiebra
para que el sol regrese.
como una fibra más clara,
repercute la voz del heladero.
No es la infancia que vuelve.
No es algo de dios que se ha vestido de blanco.
No es una luna en el día.
Es sólo lo posible
que nos demuestra su existencia.
Lo imposible no levanta nunca la voz.
que hay en el hilo de todo movimiento
canaliza un mensaje
que a veces enarbola a la gracia
como una misteriosa
pasión y transgresión del movimiento.
Un código secreto,
pasmoso sudor de la armonía
que parece subyacer en el fondo,
proyecta así sus signos
y consigue amansar por un instante
el propio corazón del movimiento,
para que surja al fin,
como algo absolutamente necesario,
el cuerpo desconcertante de la belleza.
Todo movimiento es un contradictorio tanteo,
toda belleza una apremiante incertidumbre,
toda gracia un inesperado equilibrio,
un desliz del movimiento,
una fuga que se atrasa,
un flor fuera de la ley
por ser flor.
Desmoronamientos de la memoria,
torres que nunca llegaron a ser torres,
bambalinas hundidas
por la fuerza de las propias escenas
que se jugaron entre ellas.
Los desmoronamientos del cuerpo y de las cosas
no podrán nunca sorprendernos del todo.
La memoria se les ha anticipado
y hasta les roba su inminencia,
su cruel presentimiento,
como si ella fuera el pontífice
de un culto de ruinas.
Pero hay todavía
otros desmoronamientos más secretos,
atrás de la memoria,
en su matriz más callada,
en el fondo de hundimientos de donde provenimos
y que prefigura como un espejo envuelto
el derrumbe final de toda cosa.
Basta para probarlo
desenvolver ese espejo.
Pensar es una incomprensible insistencia,
algo así como alargar el perfume de la rosa
o perforar agujeros de luz
en un costado de tiniebla.
Y es también trasbordar algo
en insensata maniobra
desde un barco inconmoviblemente hundido
a una navegación sin barco.
Pensar es insistir
en una soledad sin retorno.
desbaratar el cuentagotas de la edad
y rasgar el sudario
de los minutos repetidos como abejas.
¿Cómo pisar en el tiempo
y caminar por él
como sobre una playa
cuyo mar se ha secado?
¿Cómo saltar en el tiempo
y hacer pie en el vacío
y su excavada ausencia?
¿Cómo retroceder en el tiempo
y empalmar el pasado
con todo lo que huye?
¿Cómo encontrar la eternidad en el tiempo,
la eternidad hecha de tiempo,
de tiempo congelado en las fauces más frías?
¿Cómo reconocer el tiempo
y hallar el filo ignoto
que corta sus momentos
y siempre lo divide
justamente en el medio?
no con el primero.
Brindar cuando la copa está vacía
y aguardar un momento,
por si hay alguien que comparta ese brindis.
Y si nadie responde
brindar con la copa vacía
y por poder pensar aún
una copa posterior a la última.
Y beber lo que queda.
vigila al amor.
El amor no debería ser vigilado,
pero a veces devasta lo que ama,
asuela lo que no ama
o se destruye a sí mismo.
El amor siempre ha sido un peligro para el hombre,
quizá también para los dioses.
El amor necesita vigilancia.
Hasta la flor necesita vigilancia.
Y sólo la soledad inquebrantable
que se afinca en nosotros como un duro vigía
puede salvarnos de esas furias
mientras custodia sus abismos.
Además ese ojo de concentrada soledad
¿no es también otra especie de amor,
su forma más recatada y cierta?
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